Angélica L. Cota
Novela ganadora del Premio Literario Estatal Ciudad de La Paz 2022
Próximamente en físico.
UN ACTO EN SOLITARIO
La vida es mi tortura, y la muerte será mi descanso
William Shakespeare, Romeo y Julieta
La trama
Todas las historias de amor trágico requieren de una mujer y un hombre que se enamoran antes de quitarse la vida. Pero en esta novela no deben enamorarse entre sí sino de la vida misma para sobrevivir. Y quizá ya sea demasiado tarde, y esa sea en realidad la mayor tragedia de esta historia.
Durante la madrugada, en un puente a las afueras de la ciudad él y ella se encuentran, una casualidad o el juego del destino que los ha presentado cuando ambos están dispuestos a saltar del puente de una vez por todas.
Y sin precedentes, hacen un recuento de todo aquello que los empujó hasta encontrarse ahí, porque al final lo único que queda es la verdad, y si van a morir no pueden llevarse ni siquiera eso.
I
Sus pasos son el único sonido de esa noche de agosto. Camina mirando sus zapatos maltrechos de cuero negro. No hay tiempo para una última boleada o un cambio de atuendo. No le importa, pero tampoco puede dejar de imaginar sus zapatos sucios al lado de su cuerpo, y es que él va morir aquella noche. Al menos eso espera.
No sabe cuánto lleva caminando. Llegó a casa esa tarde y de pronto le pareció imposible seguir un minuto más adentro, salió con la solución a todos sus problemas.
La única duda ahora es si cerró la puerta de la entrada con seguro o no, o si había cerrado la puerta. Qué importa aquel punto, se dijo. Tampoco es que puedan llevarse gran cosa, quizá su computadora con el archivo de una novela que no ha logrado avanzar más allá de siete capítulos, quizá la colección de Whitman, quizá la de Alfonso Reyes. No importa. Que se roben todo, con un carajo, y sigue caminando cuadra tras cuadra, aunque de vez en cuando se pregunta qué tanto podrían robarse. Libros, sólo libros, algunos nuevos, sin leer, y otros viejos desgastados de tanto hojear. Se llevarán la estufa y el refrigerador, los venderán por peso sin importar si funcionan o no, se repite.
Dejarán el viejo sofá con manchas de café, piensa, mi hermano encontrará una semana más tarde la casa vacía, exceptuando ese horrible sofá que encontró a bajo precio en una segunda porque eso ni por su peso podrían vender los delincuentes.
Volvería su hermano más tarde y al día siguiente hasta decidirse por llamar a la policía, así iba a descubrir que no sólo le habían robado, sino que también se había lanzado esa misma noche del puente. Regresaría su hermano a la casa una tercera vez para descubrir que no había dentro nada valioso, cerraría entonces la puerta con seguro y no volvería a mirar atrás, olvidándose del sofá manchado y viejo.
La idea le molesta al principio, alguien vendiendo a precio bajo los objetos personales de un muerto. Pero sigue caminando, seguro de su elección y tranquilo al saber que, en el más allá, las estufas y los refrigeradores, incluso las colecciones de libros, están de sobra.
Es la una de la mañana, aunque él no sabe del tiempo, ha estado perdiendo las horas caminando de aquí para allá y entrando a un par de bares sin pedir siquiera un vaso de whisky para reunir valor. La idea de morir sobrio le da satisfacción, que nadie diga mañana al revisar su autopsia que tenía alcohol entre sus venas.
A una cuadra puede ver el lugar que ha elegido para morir, es el único puente vehicular con la altura apropiada para llevar a cabo su cometido, en el mes de septiembre corre agua de las tormentas debajo y el resto del año sólo la tierra del desierto fluye con el viento.
Es lo que se conoce como una caída limpia.
Llega al puente y saca del bolsillo del pantalón su celular, presiona la tecla y desbloquea, no hay llamadas perdidas ni mensajes sin leer, revisa la hora. Va a la configuración y quita la contraseña. Escribe una nota de texto con sus datos personales, el número de su hermano y una oración simple: «acabo de morir». Después lo deja caer al suelo para seguir caminando. Asume que a mitad del puente la distancia al suelo será mayor.
Revisa ambos lados de la calle, no hay automóviles, aunque para ser un puente alejado del centro de la ciudad y por la hora no espera lo contrario, es por eso que caminó durante horas, buscando el momento adecuado de encontrarse ahí con la reconfortante soledad.
Respira hondo, se acerca a la orilla y mira hacia abajo, sólo hay oscuridad. Los faroles sobre el puente apenas iluminan lo necesario sobre el pavimento y a nadie se le ocurrió que alguna vez fuera a ser un requisito alumbrar debajo del puente para darle tranquilidad a un suicida.
Asiente convencido de su decisión, de pronto parece sensato creer que toda su vida estuvo destinada a este último puente. Se acerca al barandal hasta que sus piernas comienzan a doler por la presión y saca la mitad de su cuerpo hacia el vacío, de su cintura a la cabeza, se balancea con los pies sin saber bien cómo saltar.
Da un paso hacia atrás e intenta subir su pierna derecha por encima del metal, el pantalón de mezclilla apenas lo deja levantarla por encima de la rodilla, parece imposible. Retoma la actividad de balancear su cuerpo. Cierra los ojos, toma aire y se empuja con más fuerza cuando el sonido del motor de un vehículo lo detiene, mira a la izquierda al tiempo que se acerca una camioneta con las luces bajas, da dos pasos hacia atrás, no quiere levantar sospechas. Lo último que necesita es a un salvavidas que pretenda hacerlo recapacitar. Comienza a caminar despacio, hacia el sentido en que se dirige el vehículo, éste lo pasa de largo y de pronto frena con brusquedad.
Él se detiene, ya se está inventando alguna historia para explicar el motivo de su paseo nocturno, dirá algo como que se le cayó el celular mientras intentaba tomarse una foto. Puede ocurrir, hasta le parece posible.
De la camioneta baja una mujer con un vestido de noche color esmeralda, ella cierra la puerta sin poner la alarma ni el seguro, dejando las llaves sobre el asiento. Él la observa sin moverse deseando que el silencio sea el camuflaje que necesita para pasar desapercibido y retomar su suicidio. La mujer camina con gracia con sus zapatillas de aguja, él no parece entender qué podría estar haciendo ella en aquel sitio. Así que la observa, tan silencioso como puede. Ella camina hacia la orilla con seguridad, pone ambas manos sobre el barandal y sube una pierna sobre éste sin detenerse a pensar.
Ella va a saltar.
¿Acaso esa noche es ideal para los suicidas?
Él da un grito, al tiempo y volumen exacto para salvarle la vida.