top of page
< Back

FERNANDO

FERNANDO

Fernando 

 

Curioso. Verdaderamente curioso si consideramos que Fernando no dio seña alguna de tristeza anteriormente, al contrario siempre se distinguía por su habilidad para socializar con algún chiste ocurrente o llamar la atención de la gente por sus carcajadas, su siempre vivaz sentido del humor era su distintivo y si aquello no bastaba para corroborar su ánimo, yo podía considerarme a su vez como la persona que más lo frecuentaba y conocía, éramos íntimos desde la infancia. Tampoco se me podían ocurrir antecedentes familiares que tuvieran alguna relación con su padecimiento, por lo cual al descubrir que estaba internado en un hospital psiquiátrico al que había llegado por su voluntad me encontré no sólo sorprendido, sino también atormentado de interrogantes sin respuesta acerca del motivo que lo llevó al borde de la locura. 

Creí que al llegar al hospital me encontraría con otra broma pesada de Fernando, poco usuales, pero no imposibles en él. Sin embargo, por las palabras de la doctora que lo atendía, comprendí que era peor de lo que había imaginado. 

Fernando se internó por depresión a causa de un evento que aún no ocurría, pero que sería extraordinario tanto en su vida como en la de cualquiera. La explicación era simple: su otro yo se encontraba al borde de la muerte. 

Su otro yo. Ni Borges se habría atrevido a tanto. ¿Cómo se suponía que debía asimilar esas palabras? ¿Quién era el otro? Él mismo, al menos una parte de sí que le resultaba lo suficiente ajena para considerar esa otredad y distinguirla, pero tan familiar que se preocupaba y entristecía de la muerte del otro. La cercana e inevitable muerte, y que yo asumía además como ficticia, lo enloquecieron. 

Las historias de terror no me provocaban reacción en comparación a la imagen de Fernando dando vueltas en la habitación mientras lloraba avergonzado e inconsolable por la muerte de su otro. No paraba de mirarme cada tanto con sus ojos vacíos en busca de una solución a la muerte. 

¿Qué se le dice a un hombre que perdió todo atisbo de cordura? Preferible distraerlo con preguntas y de paso conseguir comprender hasta qué punto todo aquello estaba perdido. ¿Dirías que el otro y tú se parecen? Sus ojos escarbaron en mí como si yo fuese un idiota. Es otro yo, claro que se me parece. ¿Dónde está? ahora me miraba como si fuese entregarme su uniforme de paciente y una habitación en el manicomio. Aquí, ¿cómo puedes ser tan absurdo? 

 ¿Absurdo yo? Lo único que faltaba. 

Tuve que recordarme que la razón de mi presencia en aquella habitación iba más allá de la amistad con Fernando y los años de camaradería, me sentía en deuda con él por darme un techo tras la muerte de Cecilia y acompañarme en los peores eventos de mi vida. Me senté en la dura y fría cama mientras seguía los pasos de Fernando con la vista. 

¿Y cuál será la causa de la muerte?, pregunté. Mi padre siempre me previno de jugar con los locos y el peligro de seguirles sus mentiras, pero aquí estaba. ¿Cómo saberlo? Pero estoy tan seguro de esto como que estamos conversando los dos, respondió sin dejar de dar vueltas en la habitación. ¿Y también hablas con él? Fernando se detuvo por primera vez y me miró en silencio con una muestra de solemne tristeza. Sí, ya lo hemos discutido antes, ¿recuerdas? Se me erizó la piel al comprender no sólo que mi amigo hablaba con las paredes, sino que además creía tener conversaciones conmigo que nunca habían ocurrido. ¿Cuán grave podía ser aquella enfermedad que lo tenía internado y encerrado en este lugar? 

Fernando se sentó a mi lado y me miró con lágrimas en los ojos para después decir con voz baja y lenta como quien confiesa un fragmento de su alma: Me siento en deuda contigo, no sé qué habría sido de mí si no hubieras estado para darme un espacio en tu vida luego de Cecilia. Lo miré con preocupación. Fernando, pero si fuiste tú quien me ayudó cuando ella murió. Me interrumpió poniendo su mano en mi hombro. Ya lo habíamos hablado antes, ¿tampoco lo recuerdas?, y como no respondí él continuó, Tú y yo compartimos la vida, es por eso que temo tanto por la tuya, lo estás olvidando. Me levanté colérico, a mí no iban a tomar más del pelo. Me voy. ¿A dónde? A donde sea, no lo soporto, no tengo la fuerza para verte en este estado. Caminé a la puerta de metal y toqué con insistencia para que los guardias supieran que mi tiempo de visita había terminado. Deja de golpear ya sabes que no van a abrirnos la puerta. Lo miré de nuevo sin poder ocultar mi desagrado a su persona y su nuevo estado. 

No te abrirán a ti que has enloquecido, pero yo estoy de paso y mi tiempo aquí ha terminado. Fernando caminó hacia mí y me miró como si fuera un niño perdido a mitad del desierto. Y entonces tocándome nuevamente del hombro preguntó: ¿Acaso ya has olvidado también tu nombre? Entrecerré los ojos sin comprender su pregunta, pero un segundo más tarde mi desconcierto se convirtió en un helado miedo al no poder responder. Fernando, dijo él, tú también te llamas Fernando. Comencé a negar con mi cabeza y a caminar en busca de un nombre que pudiera desmentir a Fernando, nada, ni una sola letra pudieron formular mis labios. Agarré mi cabeza sin dejar de caminar y ahora siendo yo quien daba vueltas en la recamara con Fernando acorralándome a cada paso dado. No era fácil escapar de él cuando la habitación medía dos metros cuadrados. Quieras o no somos uno mismo, insistía intentando agarrarme del brazo.  

Golpeé de nuevo a la puerta. ¡Quiero salir! Ellos ni siquiera vendrán, no te escuchan, insisten en que no existes y todo esto del otro es un invento de mi parte. Comencé a patear, lanzar puñetazos y alaridos, pero Fernando tenía razón: ellos ni siquiera escuchaban mis lamentos.  

 

Comentarios (2)
Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Agrega una calificación*
Unknown member
Mar 04

¡Me encanta!


Unknown member
Mar 04

Wow, es buenísimo

bottom of page