–¿Y la conoces? –preguntó Héctor a su hermano Guillermo al día siguiente en el club de lectura porque había creído que sería una nueva integrante por haber estado leyendo el mismo libro que ellos.
Héctor la había descrito como si la tuviera de frente: cabello negro y rizado, piel morena, ojos grises mezclados con verde, el color de sus labios, el lunar sobre su boca, incluso la colorida mochila.
–¿Y quién no? Es Laura, la escandalosa.
–¿Laura, la escandalosa?
–Pero va con cariño, a ella le gusta el apodo.
–¿En serio? –preguntó sin creérselo.
–Sí –dijo Guillermo encogiéndose de hombros antes de continuar con su lectura sobre la cama.
–Bueno, pues tal vez la invitó a salir.
–¿Acaso no oíste que se llama Laura, la escandalosa?
–Dijiste que iba con cariño.
–Pues sí, pero no es mentira que lo sea. Esa chica es muy mandona, es toda una cerebrito y muy competitiva. Además, te va a volver loco. Por eso la expulsaron del club de lectura, leía demasiado y quería leer más que todo.
Pero todo lo que Guillermo le fue contando a Héctor solo le hizo reforzar su primera impresión.
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