Puede que no la conociera realmente, pero sentía que la conocía. No como si fuese su alma gemela de una vida anterior ni como si estuviesen destinados a estar juntos, tampoco era como si se hubiese enamorado de ella por verla a distancia. Pero es que Laura era tan transparente que era imposible pensar que no la conocía si todo su lenguaje corporal hablaba por ella. Y por eso no se acercó a saludarla hasta luego de una semana observándola y fingiendo no verla cuando captaba su atención. Alargando aquella presentación mientras la imagen de Laura iba creciendo por dentro.
Eligió un mal día porque ella estaba enojada, no se necesitaba ser un gran observador para notarlo en el modo en que tenía los brazos cruzados mientras miraba con el ceño fruncido hacia la parada de camiones desde su lugar en el suelo bajo el árbol.
–Buenos días, Laura.
Ella levantó la vista y abrió la boca sorprendida al escuchar su nombre, y él apenas iba a decir el suyo cuando ella se le adelantó.
–Buenos días, Héctor.
Él sonrió para sí mismo y para ella, sabiendo ese secreto que solo pocos entienden en silencio. Laura se levantó del suelo para extenderle la mano con formalidad.
–¿Ya vas a invitarme a salir?
Una risa nerviosa salió de los labios de Héctor, pero eso no impidió que asintiera.
–Estaba esperando que terminaras de leer el libro.
–Pues estuviste a punto de quedarte esperando, porque es insufrible y aburrido como sólo podría serlo Umberto Eco.
–A mí sí me gusta Eco.
Laura se agachó y tomó el libro dentro de su mochila antes de extendérselo a él.
–Pues tendrás que explicármelo porque no lo entendí.
Y fue así como empezó, una conversación honesta donde ninguno fingió que no sabía el nombre del otro, o que estaba al pendiente de la lectura de la otra persona, ni siquiera se preocuparon en censurar sus opiniones sobre libros o su incapacidad de comprender un texto.
Al final, tendrían eso que pocas veces se encuentra: honestidad.
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