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NOVELA SELECCIONADA EN NUEVO TALENTO CROSSBOOKS 2023

Disponible en físico y ebook

UNA MUJER SIN CORAZÓN

Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo mediante el amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos.
Orson Welles

I

SOBRE CÓMO UN BAÑO APESTOSO, UN EXTRAÑO REPULSIVO Y UN CABALLERO SOBRIO SON DEMASIADA MALA SUERTE PARA UNA NOCHE

El día que nací, a mamá le rompieron el corazón, su esposo decidió que tener dos hijos era demasiado para él y que yo no encajaba en sus planes. Cuando ella regresó del hospital con un bebé en brazos y un niño de seis años tomado de la mano, descubrió que él se había ido llevándose toda su ropa y también todos los sueños que habían compartido. Apenas nací yo, supo que no podría amarme, pero no solo él no pudo hacerlo, ninguno de los hombres que aparecieron en mi vida lo hizo. Era una maldición: nadie nunca me querría.


Entra él primero al baño de hombres y yo lo sigo entre risas. Puede que no sea muy guapo, pero parece atrevido, y me gustan los hombres atrevidos. Significa que están acostumbrados a citas de una noche y no llamar al día siguiente. Yo quiero eso. Buen sexo sin obligaciones ni un desayuno desabrido por la mañana.
Me besa contra la puerta de uno de los cubículos individuales. El lugar es asqueroso y huele fatal, pero no importa, solo quiero tachar este baño de mi lista de lugares pendientes para follar. Los treinta están a la vuelta de la esquina, dentro de cuatro años, y no puedo desperdiciar el tiempo.
El sujeto, a quien estoy segura de no haberle preguntado el nombre, me succiona el lóbulo de la oreja. Apesta a alcohol, pero estoy acostumbrada al olor rancio del sudor y la bebida, que solo huela a eso está bien. Intento sujetarme agarrándome a sus hombros, pero él me toma ambas muñecas con las manos. Su boca va de mi cuello a mi boca, su lengua se abre paso a la fuerza, provocándome de todo menos placer. Deja su saliva alrededor de mis labios. Intento retroceder, pero mi cabeza ya está contra la puerta. Me muevo lo suficiente para romper el beso.
Tiene un feo tatuaje entre el cuello y el hombro derecho, parece una lagartija o una iguana hambrienta, un trabajo pésimo. Pero no importa porque en poco tiempo no volveré a verlo.
—Quédate quieta —dice besando mi garganta, y desciende a mi escote.
—Aquí mejor no. —Intento soltarme en vano. No es bueno besando, aquí apesta a orines, y él, a cerveza. Toda mi diversión previa y excitación se han desvanecido.
—Va a gustarte —insiste mientras lleva mis brazos por encima de mi cabeza, esposándome con sus manos contra la puerta. Intento romper su agarre, pero solo consigo que presione mis muñecas y que los codos se golpeen contra el metal de la puerta.
—Dije que no —repito con voz clara y cortante.
—Nena, eso dicen siempre. —Sonríe como un imbécil que se cree un galán de cine.
—No. Te lo estoy diciendo ahora. —Mi falta de excitación aumenta mi enfado.
—Dame un minuto y te haré cambiar de parecer.
Vuelve a meterme la lengua en la boca, me sujeta las muñecas con una sola mano mientras con la otra busca debajo de mi vestido. Me remuevo entre su cuerpo y la puerta alejándome de su roce.
—Eres una niña mala, ¿eh?
Sacudo la cabeza hasta liberar mi boca de él.
—Déjame.
Pero parece no entender lo que digo o solo ignora mis quejas. Maldito hijo de puta. Mantengo los ojos abiertos para mostrarle mi desagrado, pero él los tiene cerrados como si hubiese algo que disfrutar. Vuelve a besarme, me muerde la lengua en el proceso, su mano libre deja el borde de mi falda y sube sobre la tela hacia mi cuerpo, le da un duro apretón a mi pecho y va hacia el cuello. Pone su mano alrededor de mi garganta como si pretendiera asfixiarme para provocarme placer, cuando en realidad está lastimándome.
—Esto les gusta a todas.
A ninguna.
Forcejeo con él, pero está tan idiotizado creyendo que está dentro de algún libro de sadomasoquismo, y que además lo hace bien, que ignora por completo mis quejas bajo su mano.
Lo siguiente que noto es que alguien lo está separando con brusquedad de mí. Tropieza y apenas se mantiene de pie ante el empujón que recibe. Y entonces mis ojos se encuentran con los suyos.
Reconocería esos ojos donde fuera. Brillantes y oscuros, que miran de manera asesina al imbécil que me ha quitado de encima. Acaricio mis muñecas para aliviar el dolor.
—Largo de aquí —ordena Lucas con voz enfurecida.
El idiota ni siquiera se lo piensa cuando sale a tropezones del baño. Me limpio la cara con un poco de agua esperando que eso sea suficiente para quitarme el susto de encima y restriego las manos contra mis muslos con brusquedad para quitarme los rastros de ese…
—¿Qué crees que haces, Clare?
Respiro hondo antes de enfrentarlo a través del espejo.
—No me hables como si fueras Leonardo.
—No te hablo como tu hermano —responde, y para demostrar su enfado se cruza de brazos.
—Estaba divirtiéndome —respondo a su reflejo.
—No lo parecía. —Bueno, él tampoco lo parece con esa mueca de enojo.
—Pues no, porque ese idiota resultó ser un cerdo, pero lo tenía resuelto.
—Por supuesto que no —me contradice, más enojado si es posible.
—Lucas, hoy no estoy de humor.
Me iré a casa sin sexo. Eso no puede poner de buen humor a nadie.
—Salgamos de aquí.
No me da opción de protestar. Así que lo sigo, aunque sé que mis problemas acaban de empezar.


II

SOBRE CÓMO DON PERFECTO Y SEÑORITA IMPERFECCIONES ERAN UN DÚO IMPOSIBLE
 


Esa noche cumplí quince años, estaba despierta y llorando de madrugada en mi habitación por un primer amor no correspondido.
Esa tarde le confesé mis sentimientos al tarado del que estaba enamorada desde pequeña; a cambio recibí un cortante no; una sentencia injusta: nunca, jamás, y un premio de consolación: amistad.
Pudo ser peor, me dije, pude haberme ido con las manos vacías. Seguir siendo amigos debía de ser tan valioso como ser correspondida, aunque no lo era, por supuesto que no. La amistad no puede ser mejor al amor, o eso creía por aquel entonces. Porque más tarde y con una larga lista de idiotas, comprendí que el amor era una ilusión y la amistad, lo real.


Lucas es… ¿cómo podría describirlo? Es infantil. No. Es ingenuo. Cree en una serie de tonterías y cursilerías imposibles. Seguramente él fue quien convenció a Leonardo, mi hermano mayor, para que hiciera la ridícula propuesta de matrimonio. Podría apostar todas mis zapatillas a que Lucas lo ayudó a elegir el anillo de compromiso y lo llenó de ideas para esa propuesta cursi con fuegos artificiales. Sé lo que estás pensando: ¿Quién diablos celebraría con fuegos artificiales? Lucas lo haría y, por lo tanto, Leonardo lo hizo.
Aunque, en realidad, tal vez Leonardo es tan cursi como Lucas y no hay remedio para ninguno de los dos, no se llega a esa edad con todas esas absurdas y ridículas ideas para que alguien les haga cambiar de parecer. Están jodidos, aunque ninguno de los dos quiera darse por enterado.
Por ejemplo, Leonardo cree que Daiana, su prometida, es su gran amor, aunque el único amor posible entre Leonardo y ella es la cartera de él. Pero la chica es una maldita diosa y debe de serlo también en el sexo, solo eso puede explicar lo idiotizado que tiene a mi hermano. Porque eso hace el amor, o la idea del amor, en las personas. Y tal vez a mi hermano va a costarle tarde o temprano un divorcio descubrirlo.
Pero, entonces, ¿por qué estoy tan molesta con Lucas?
No estoy enojada con Leonardo por ser un romántico empedernido. No. Estoy molesta con Lucas. ¿Por qué?
Porque es soltero y atractivo y podría tener mucho más, pero a él le encanta el sufrimiento y las relaciones estables que son solo una pérdida de tiempo y de autoestima. Él representa todo lo que yo evito. Y además cree que tiene la razón, puedo leerlo en su expresión cuando me mira alzando una ceja como preguntándose: «¿Y a ti por qué te gusta meterte en tantos problemas con idiotas?».
Porque soy así. Porque, si no fueran idiotas, la única idiotizada sería yo. No me creo inmune al amor, pero creo que soy una profesional en evadirlo. No como don Perfecto que atrae el romance sin siquiera esforzarse ni eludirlo. Es como si Lucas saliera a la calle cada mañana y se preguntara: ¿de quién me enamoro hoy?
Y, por supuesto, no han de faltar mujeres que se enamoren de él. Sin embargo, por alguna razón sigue soltero. No es un tipo de una noche, a él le gusta meterse de lleno en el romance. Su relación más corta duró medio año. Sigue empeñado en encontrar a su futura esposa. Como si no estuviéramos todos destinados a divorciarnos.
—¿Qué quieres? —pregunta, y estoy a punto de soltarle un «que te pierdas». Pero no quiere saber qué quiero que pase, sino qué quiero tomar. Solo Lucas puede conocer una heladería abierta a estas horas de la noche.
—Un helado de fresa ―contesto.
—Que sean dos.
No es que pensara que Lucas iba a llevarme a un motel después de salir del bar, pero tampoco esperaba que me trajera a un lugar tan ñoño como este. Cualquier atisbo de alcohol se evaporó en cuanto pisamos este local con decoración de arcoíris.
Miro el resto de las sillas vacías, por supuesto; somos los únicos que vendrían a esta hora a un lugar como este.
—¿Seguro que estás bien?
Asiento, e involuntariamente la mano me va a mi muñeca izquierda, como si aún pudiera sentir el agarre de ese imbécil. Los ojos de Lucas se oscurecen cuando siguen el movimiento de mis manos, dejo de moverme y bajo las manos a mi regazo.
—Está todo bien.
—Clare, ¿por qué sales con esos cabrones?
—Solo me divierto, no salgo con ellos.
Sus ojos se mueven en círculos antes de centrarse en mí con exasperación.
—¿Alguna vez has pensado que podrías tener más?
¿Más? Niego con la cabeza.
—No quiero más. Solo un poco de sexo de vez en cuando.
Hace una mueca de desagrado.
—¿Y alguna enfermedad de trasmisión sexual gratuita? —Me mira burlón.
—Yo siempre uso condón. No es que sea de tu incumbencia, pero si eso te ahorra tener pesadillas, pues ya lo sabes.
Ignora mi comentario y sigue con su discursito moral:
—Te conozco desde que tenías diez años, y nunca te he visto salir con alguien de verdad.
—Suenas como mi hermano; mira, estoy bien así. Nada de dramas, celos, ni peleas de novios, eso no va conmigo.
—Parece que estás describiendo el noviazgo de una adolescente.
—Todos los noviazgos son iguales.
—¿Cómo puedes saberlo si nunca has tenido uno? —Una ceja se levanta y tengo que morderme la lengua para no contradecirlo.
Sí que tuve un novio. Lo conocí a los cuatro años, cuando mi madre y Héctor, su pareja en ese momento, se casaron y nos mudamos a la casa de papá. Su nombre era Roberto y tenía la edad de mi hermano, así que ellos dos siempre estuvieron más unidos, pero cuando yo cumplí los dieciséis y él regresó de la universidad a pasar las vacaciones de verano comenzamos a conectar.
Teníamos mucho en común, y yo era una adolescente con las hormonas revolucionadas con un vecino guapo y divertido. Fue la primera vez que Roberto me miró a mí, tal vez porque ya no tenía el cuerpo de una niña, ni las ideas de una niña. Quería más.
Ese verano, Leonardo reprobó una materia así que se quedó en la capital a estudiar. Samuel, otro amigo de mi hermano, también pasaba las vacaciones en casa de mis padres, como siempre; Samuel era amable, muy guapo e inteligente, pero mi objeto de interés no era Samuel, sino Roberto, el vecino guapo de ojos verdes y cabello negro revuelto.
Roberto vino a casa cada día durante ese par de meses. Samuel y él no se caían bien, por lo que, mientras Roberto pasaba un rato conmigo, Samuel se mantenía en la habitación de invitados, lo que nos dio mucho tiempo para estar a solas.
Tal vez si me hubiese preguntado por qué a Samuel no le agradaba Roberto… No lo sé, tal vez…
Pero tenía dieciséis años, y toda la atención del chico que me atraía. Un día, mientras nadábamos en la piscina, él se me quedó mirando y me dijo que era muy guapa, la mujer más guapa que había visto en su vida. Me lo creí todo, como una estúpida niña adolescente.
Y, ya que era una novata en el sexo, decidí ir despacio. Roberto aceptó subir cada escalón conmigo. Cada día aprendí cosas diferentes: chupetones, sus manos encima de mi ropa, debajo de la blusa, encima de la ropa interior, debajo de ella, dentro de mí, mi mano encima de su ropa, debajo, mi boca en su miembro, su boca entre mis piernas. Hasta que finalmente decidí que estaba enamorada y que quería acostarme con él.


—No necesito un novio —digo con firmeza, a la vez que regresa la mesera con nuestros helados. Si para eso sirven los noviazgos, es preferible ir directamente al sexo en lugar de permitir a alguien adentrarse en mi alma solo para que me deje tras jurar que me ama.
—Lo que haces es estúpido y peligroso. ¿Qué habría pasado si yo no hubiera aparecido?
No respondo y tomo helado. Lucas se peina el cabello rubio hacia atrás con desesperación, me encojo de hombros y, como es tan perfecto y correcto, sonrío seductora antes de pasar mi lengua a lo largo de la cuchara, hasta que consigo toda su atención.
Veo su nuez moverse de arriba a abajo mientras traga saliva; sonrío de forma pícara porque sus ojos están atentos a mi boca y no hay nada inocente en mis acciones.
—Lo que no entiendo, Lucas, es por qué tú y yo nunca nos hemos acostado.
—Yo sí lo sé.
Miro a la mesera, que finge limpiar la barra muerta de aburrimiento y sin poder cerrar porque tiene todavía dos clientes a altas horas de la noche. Seguramente, Lucas me dirá que no soy su tipo o que me ve como la hermana pequeña de su amigo. Lo miro de nuevo y le sonrío con cinismo.
—Lo sabes, ¿eh?
—Porque, cuando estemos juntos —cuando estemos, no un: si estuviéramos—, voy a ser el último con el que vas a querer estar.
Y yo que llevo toda la vida pensando que Lucas es el atractivo, misterioso y algo nerd amigo de Leonardo…
—No lo creo. Yo no reciclo hombres.
—¿No «reciclas» hombres? —Arruga la frente.
—No me acuesto con nadie más de una vez —aclaro.
—Bueno, eso es porque, como ya he dicho, no lo has hecho conmigo.
Sonríe engreído.
—Lucas, eres una persona que respeto y de verdad me gustas, no quisiera romper tu ego cuando te dieras cuenta de que no vamos a repetir.
—Clare, no quiero romper tu ego de diosa sexual —sonrío ante el apodo—, pero serías tú quien volvería rogando.
Una risa franca le sale de la garganta. Lo que me gusta de él es que siempre toma los insultos con buena cara, es como si jamás pudiera estar de mal humor. Además, es guapísimo, y en realidad no me importaría tener sexo con él, pero no quiero que después venga suplicando.
—Eres muy guapo —se lo digo—, pero sería muy incómodo si empezaras a buscarme y llamarme para una segunda vez.
—No voy a hacerlo si eso es lo que te preocupa —suena sincero.
Sonrío.
—Realmente quieres acostarte conmigo, ¿verdad?
—Clare —el tono en el que me habla enciende fibras de mi piel apagadas, miro primero sus ojos y luego sus labios rosados y finos que se abren para mí—, voy a hacer mucho más que eso. Y te darás cuenta entonces de cómo desperdiciaste tu tiempo con los hombres con los que te acuestas.
—Lucas —me muerdo el labio inferior, divertida y seductora, un par de segundos antes de volver la vista hacia sus ojos y borrar mi sonrisa—, no va a pasar. Yo no repito, nunca, con nadie. Eres el mejor amigo de hermano, pero aun así no va a pasar.
—¿Quieres apostar?
Hay tres cosas que me gustan en la vida: follar, comprar y apostar. Así que su propuesta me resulta imposible de ignorar.
—¿Qué tipo de apuesta? Porque si dices algo como «apuesto a que te enamorarás de mí», te juro que me voy.
Se ríe y niega con la cabeza.
—No seas cursi, Clare. Te apuesto a que después de que te… —Se acerca estirándose por encima de la mesa para que la mesera no le oiga— folle, vas a volver por mí. Y vas a pedir más. —Aprieto las piernas cuando siento una descarga eléctrica—. Probablemente, pasarás muchas horas preguntándote cómo hacer que vaya tras de ti. —Se acerca aún más, y yo imito su movimiento sin romper el contacto visual con él—. ¿Quién sabe? Tal vez hasta descubres que no sabes nada del sexo a pesar de todo lo que crees saber. Vas a pensar en mí. —Toma mi mano, que está encima de la mesa, y desliza lentamente su dedo índice sobre el centro de mi palma; me quedo quieta luchando contra el modo en que ese mero acto envía placer a mi cuerpo—. Vas a tocarte pensando en mí, quizá buscarás a otro hombre por orgullo, pero al final del día vas a volver a mí, porque para entonces me vas a pertenecer de más formas de las que querrás admitir. Te apuesto a que vas a querer repetir conmigo.
—No lo creo. —Mi voz suena suave y baja, pero segura, yo nunca repito, ni siquiera con este increíble, atractivo y de pronto dominante hombre que está aquí ofreciéndome tener el mejor sexo de mi vida.
—Entonces, apuesta.
Respiro despacio mientras una sonrisa va surcando mi rostro.
—Es que no va a pasar, Lucas. Yo no me enamoro, y para que te buscara debería sentir algo más que solo placer.
Vuelve a apoyar la espalda en el respaldo de la silla y pone distancia. Me cruzo de brazos dejando mis codos en la mesa y le sonrío con confianza.
—Entonces no te importará hacerlo y perder —dice.
Estoy lo suficientemente excitada para dejar que lo intente y verle fracasar.
—Bien, vamos a mi casa.
—No, Clare.
—¿A la tuya?
Vuelve a negar con la cabeza, y lo miro confundida.
—Tú ya has tenido sexo ocasional de sobra, ahora lo haremos a mi manera.
—El sexo tántrico no me va —respondo, y él se ríe, lo que consigue que la mesera nos mire con curiosidad. Oh, amiga, si supieras las apuestas que se hacen en esta mesa.
—Quiero tres citas contigo.
—¿Por qué? —El desconcierto es evidente en mi voz.
Se encoje de hombros.
—Para asegurarme de que no tengas una ETS.
—¿Hablas en serio? Me hago un chequeo cada seis meses y… —Se ríe interrumpiendo mi alegato—. ¿Qué?
—No creo que tengas nada, pero juegas con demasiada ventaja, tres citas sin sexo no es repetir.
Lo considero unos segundos. Venga, Lucas y yo hemos salido infinidad de veces a lo largo de estos años. ¿Por qué tres veces más marcarían una diferencia? Me encojo de hombros y asiento.
—De acuerdo, pero si hay globos o flores me retiro, ¿de acuerdo? Solo será sexo, nada de tonterías románticas de por medio.
Sonríe de lado y asiente. Estira su mano por encima de la mesa, invitándome a que le imite y lo hago.
—Tenemos una apuesta, Clare.
—Espero que disfrutes del mejor sexo de tu vida, porque solo va a pasar una vez ―le respondo.
—Te apuesto a que vendrás corriendo tras de mí después de eso. Y ni siquiera te va a importar romper tus reglas.
¡Oh, Lucas!, si tan solo supieras que jamás volveré a cometer el error de encariñarme con nadie y permitir que me hagan daño. Ahora tenemos una apuesta, y en tres citas le demostraré que a mí solo me gusta follar, sin segundas partes ni romances de por medio.
¿O no?

 


III


SOBRE CÓMO SEÑORITA IMPERFECCIONES ODIABA LAS CITAS, EXCEPTO ESTA PRIMERA CITA

Tenía quince años la primera vez que me rompieron el corazón, pero a mis dieciséis Roberto consiguió armarlo de nuevo, lo pegó pieza a pieza, mostrándome que podía tener su cariño y atención.
Pensé que era sincero, pensaba muchas tonterías en aquella época, pero me lo creí. Confié en que, cuando dijo que me amaba esa mañana en la puerta de mi casa mientras me sujetaba la barbilla, lo decía en serio. Sé que yo sí lo hice.
Supongo que cuando se tienen dieciséis años cuesta distinguir fantasía de realidad. Pero Roberto no me quería, él solo quería colarse en mi habitación.
—¿Podemos entrar?
Únicamente sanó mi corazón para volver a romperlo después. No lo supe a tiempo, porque cuando amas ciega y estúpidamente, las banderas rojas son invisibles.


Si alguien me hubiera preguntado qué esperaba de una cita con una persona que conocía desde hacía más de quince años, hubiese dicho que nada impredecible.
Imaginaba, por ejemplo, un restaurante caro, música de piano de fondo, un montón de palabras cursis, un mal dialogo de comedia romántica, su mano metiéndose debajo de mi vestido, pero solo hasta el muslo porque la primera cita sería inofensiva e insignificante, una mano hasta el muslo que me dejara deseando más.
¿Qué más imaginaba? Hablaríamos sin parar de cosas que ya sabíamos del otro, pero que repetiríamos para parecer interesados, un ajá de vez en cuando, un «no me digas» fingiendo asombro y alguna interrupción inapropiada de una mesera que pretendería coquetear con Lucas sin que él se percatara.
¿Lo siento? Yo también he visto esas películas tediosas de Hollywood. Todo el mundo lo ha hecho, por eso tenía esa expectativa en la cabeza. Excepto que...
Nada de eso ocurre así.
—¡¿Me has hecho venir a jugar a los bolos con tacones?!
Lucas no responde, en su lugar se baja del coche, me abre la puerta y me ofrece la mano para ayudarme a salir. Rechazo tomarla.
—No, no, no. —Sacudo la cabeza como si fuera una niña en medio de un berrinche—. ¿Sabes los gérmenes que tienen esos zapatos que te dan en el boliche? Además, ni siquiera traigo calcetines, y no voy a usar unos de tenis que no combinen con mi ropa, no estuve una hora eligiendo estas sandalias rosas para que ahora me digas que…
Pero mi discusión se viene abajo cuando Lucas desaparece un segundo y regresa con una caja de cartón. La abre y me muestra un par de zapatos color rosa para jugar bolos.
—Aún calzas del número cuatro, ¿verdad?
Boqueo un par de veces sin lograr emitir sonido alguno. Los zapatos son de color rosa y son nuevos. ¿Acaso soy tan predecible como él cree? Con la diferencia que él sí adivinó cómo sería esta cita.
—En la guantera hay un par de calcetines nuevos.
Busco donde señala y me encuentro con un par de calcetines, también rosas.
—Bien jugado.
Quiere tomarme con la guardia baja y hacer todo lo que no me esperaba; por favor, yo también podría hacer eso si me dieran una semana para planear la cita.
—¿Lista para perder?
—Nunca pierdo, Lucas.
—Siempre hay una primera vez, Clare.
Me digo a mí misma que solo será una cita con alguien que conozco desde hace años. Una inofensiva cita en el boliche. ¿Qué espera conseguir de todo esto? Después de ponerme los zapatos con los calcetines nuevos, bajo del coche sin aceptar su mano.
Y, entonces, mientras caminamos hacia la entrada me pongo a imaginar que habrá hecho alguna ridiculez como alquilar el local por una noche, que habrá pedido una mesa con velas, que un mesero aparecerá desde el fondo del local con mi comida favorita y…
Abre la puerta. El sonido de la gente jugando, las luces y la música pop me devuelven a la realidad. Lucas se acerca a un chico y le explica que tenemos reserva en la primera línea a nombre de los dos. El encargado le pasa unos zapatos.
—¿No te compraste unos rosas para ti? —pregunto con los codos en la barra mientras él se agacha para quitarse los zapatos y sustituirlos por unos espantosos de color naranja.
—Pensé que estos combinarían con mis bóxeres —responde.
Aprieto la sonrisa entre mis labios.
—¿Usas bóxer de payaso?
Sonríe aún más.
—De It, por supuesto.
Niego con la cabeza, pensando que bromea, hasta que se pone de pie, baja la cintura de sus pantalones y gira el borde de su ropa interior para mostrar un dibujo del payaso de la película. Me rio como estúpida incapaz de controlarme.
—¿Sabías que iba a decir eso? —pregunto, una vez que estamos en nuestra línea asignada para jugar.
—Tenía dos opciones —dice, mientras toma asiento a mi lado y se deja caer contra el sillón, mirando hacia mí.
Imito su postura mientras el joven encargado programa la máquina.
—¿Cuál era la otra opción?
—Que preguntaras si los zapatos combinaban con mi cara de payaso.
Levanto una ceja, Lucas será muchas cosas, pero jamás pensaría en Pennywise con ese rostro... decente.
—Tú no tienes cara de payaso.
En ese momento, para mi suerte, el encargado me pide que ponga los nombres de los jugadores en la pantalla.
—Elije el mío —dice Lucas desde su lugar— y asegúrate de poner «Ganador».
Me giro dispuesta a decirle que lo único que va a ganar será una patada en el culo, pero de mis labios solo sale otra risa. Cielos. La gente pensará que me drogué antes de venir aquí, ¿pero es mi culpa?
Lucas está sentado con zapatos de payaso y una nariz roja de plástico. Sacudo la cabeza intentando controlarme.
—¿Puedes creer que hay gente que piensa que parezco un payaso?
Regreso a la máquina mordiéndome los labios para dejar de reír. Ganadora. Estoy por escribir «perdedor», pero no quiero herir sus sentimientos cuando está de tan buen humor. Venga, se está esforzando. ¿Para qué hablar del inevitable hecho de que esto durará solo tres citas y una noche de sexo? Escribo Pennywise.
—Empiezo yo —digo, y me dirijo hacia la fila de bolas de colores, pero Lucas se levanta y me deja su nariz roja entre las manos.
—Primero pidamos algo de comida, no puedo ganar con el estómago vacío.
Me empuja de regreso a la silla y, después de sentarnos, me pasa la carta: bebidas, papas francesas, hamburguesas, alitas de pollo, aros de cebolla. ¿En serio? Miro a Lucas como si me hubiesen dado un menú con opciones para elegir mi enfermedad terminal.
—¿Quieres que elija por ti?
—¿Dónde están las ensaladas?
—Clare, tú no comes ensaladas.
—Tampoco como comida frita.
—Interesante —dice, y se sienta más cerca de mí.
—¿Qué es interesante?
—Parece que tendremos muchas primeras veces tú y yo.
—Oh, eres un… —Ningún insulto apropiado sale de mis labios, pero no porque me haya quedado sin palabras, sino porque en este momento se nos acerca un mesero a tomar nuestra orden.
—Dos órdenes de alitas de pollo con papas francesas, salsa BBQ y la más picantes que tenga. Un refresco para mí y un té helado para mi novia.
—No soy tu novia y no quiero un té.
El mesero apunta las ordenes sin moverse, incomodo ante mis palabras.
—De acuerdo, un Sprite para mí y la chica con la que voy a tener el mejor sexo de nuestras vidas dentro de tres citas quiere…
¿Dónde está el señor correcto y perfecto que jamás usaba un lenguaje soez?
—Una botella de agua. Eso es lo que quiere la mujer que va a darte el mejor sexo de tu vida una sola vez.
—Después de tres citas—añade Lucas, asintiendo hacia el mesero y codeándome.
—Después de tres citas, no antes.
Miramos al mesero, que sigue estático en su sitio.
—Ya la has oído. Si tardas con nuestros platos contara como una segunda cita, y tengo intenciones de hacerla esperar por mí.
No sé si reír o quedarme con la boca abierta por el asombro. ¿Quién es esta persona?
—Ahora, déjame explicarte las reglas.
—Las conozco, no puedo pisar después de la línea, tengo solo dos oportunidades para tirar todos los bolos y debo evitar que la bola caiga hacia los extremos. He jugado antes.
Lucas levanta una ceja acercándose peligrosamente a mi cara.
—Nunca has jugado a esto, Clare. —Sus ojos oscuros están fijos en los míos, nuestros labios a escasos centímetros de distancia, imagino que esta es una de esas estrategias para besarme, y espero, pero en su lugar me coloca un mechón detrás de la oreja y se aleja—. Las reglas de mi cita son las siguientes: tienes diez turnos antes de que acabe el juego. Cada bolo que quede en pie por turno es una pregunta que vas a responder. ¿No quieres preguntas? entonces tendrás que hacer chuza.
La última vez que jugué era una niña. Miro hacia la pista. Mierda. ¿Cómo voy a ganarle?
—Una pregunta por bolo es demasiado.
—¿Crees que vas a perder?
Me levanto maldiciendo y tomo una bola color rosa. Por suerte es la menos pesada, así que puedo con ella. Miro la bola y después al final de la línea, donde están los diez bolos esperando, respiro hondo. Justo cuando llevo mi brazo hacia atrás para tomar impulso y fuerza, la voz de Lucas me distrae.
—Piensa que es mi pene, igual así atinas a una.
Maldito hijo de… voy a matarlo.
Aunque por ahora lo único que puedo hacer es ver cómo la bola se va hacia el extremo y cae por la cuneta. Adiós a mi primera oportunidad. Miro a Lucas con renovados deseos de asesinarlo.
—¿Quieres que te enseñe cómo tirar?
—No.
—Jamás dije que no haría trampa. Quiero conocerte, para eso son las citas.
—Tú ya me conoces, Lucas. No hay nada interesante ni nuevo en mí.
Espero a que la bola rosada vuelva a aparecer, y cuando la tengo en la mano, me encuentro con que Lucas sigue en silencio con sus ojos atentos a mí.
—Si vuelves a distraerme así, te mataré.
Esta vez la concentración y la falta de interrupción valen la pena porque logro tirar ocho de diez. Solo dos preguntas.
—¿Además del rosa cuál es tu color favorito?
—Me gusta el golden rose, no el rosa. Así que el siguiente sería el blanco. ¿Y el tuyo?
—No es tu turno de preguntar.
Entorno los ojos mientras le observo analizar las bolas, sostiene varias antes de elegir una de color azul. Bueno, quizá no la elige por el color sino por el peso, ¿no? Pero eso no le quita lo azul a la bola.
—¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de Héctor?
Lo pienso un momento. Mamá se divorció antes de conocerlo a él, y de ese funesto matrimonio anterior nacimos Leonardo y yo, pero mientras mi hermano siempre se mantuvo en contacto con su padre, yo no tuve el mismo trato, como si yo fuese el resultado de una infidelidad de la que se encontrara obligado a pagar a tiempo la pensión mensual y a cambio me dejó su molesto apellido al lado de mi nombre. Por suerte, papá llegó a mi vida unas semanas antes de mi cuarto cumpleaños y siempre ha estado ahí para mí, aunque mi acta de nacimiento no lo diga. Héctor a todas reglas es mi padre y la única persona que merece el título.
—Un día que estábamos jugando en mi habitación ―rememoro―. Héctor y mi madre aún no estaban casados. Mamá tuvo que dejarme a su cuidado para ir a trabajar y cuando regresó lo encontró con una corona de princesa en la cabeza y un ejército de peluches, jugando conmigo. Recuerdo eso. ¿Sabes? Puede que me lo invente, pero podría jurar que en ese momento pensé que si algún día volvía a tener algo parecido a un padre quería que fuera él porque…
¿Chuza? ¡Chuza! ¿Este maldito se ha atrevido a hacerla en su primer tiro? Me levanto de mi sitio enfadada mientras escucho a Lucas reír. Le estoy abriendo mi corazón y él ni siquiera me presta atención. Suelto aire por la nariz de manera ruidosa.
—Clare, yo nunca pierdo.
—Yo tampoco —digo, exasperada, y voy por mi bola rosa de la suerte—, si te atreves a distraerme te la voy a lanzar a la entrepierna —aseguro, apuntándolo con una mano mientras la otra sostiene la bola.
—Yo… su pedido —dice un muy avergonzado mesero mirándome con miedo, y con compasión a Lucas.
—¿Qué le digo? Voy a casarme con ella.
—No hay excepción que viajemos fuera del país para emborracharnos en Las Vegas y nuestra única tanda de sexo sea frente a un Elvis sacerdote.
—Son jueces, Clare —corrige Lucas sin importarle u ofenderle mi comentario o mi mirada asesina.
—Perdona, si lo hacemos frente a un juez disfrazado de Elvis.
—Lo añadiré a tus fantasías sexuales.
—Añádetelo por el culo.
Le doy la espalda caminando hacia donde me esperan los bolos. Inhalo aire y me concentro. Voy a ganar, voy a ganar. Soy la maldita bola. Lanzo, pero solo consigo derribar tres. Ignoro la sonrisa de satisfacción de Lucas y espero a que mi inútil y perdedora bola regrese.
—Me gustan las chicas que saben enfadarse.
—Lo que explica que todavía estés soltero y que necesites de apuestas para tener sexo conmigo.
Tomo la bola rosa y tiro enfocada en ganar.
—¡Sí! ¿Lo has visto? Las tiré todas.
Lucas aplaude con una tensa sonrisa hacia mí y se pone de pie para continuar con el juego.
—Ahora ya no te parece tan gracioso, ¿verdad?
—Apenas es tu segundo turno, Clare —me recuerda sin su habitual tono bromista, apenas me mira al pasar a mi lado y sin hacer dramas lanza y derriba la mitad de los bolos. Camina de regreso a donde salen las bolas, pero en lugar de esperar a la azul, toma una negra y repite el recorrido. Tira el resto de los bolos.
—Tu turno —dice, sin celebrar su victoria. Se sienta a mi lado y toma una alita de pollo bañada en salsa BBQ.
Evidentemente, mi último comentario ha estropeado el ambiente. Me levanto, camino con una incómoda sensación que alguien catalogaría como culpa, sacudo la cabeza y me dispongo a lanzar. Me paro a medio metro de la línea y me miro los zapatos, la verdad es que tienen su encanto. Lucas responde un mensaje o juega con el celular. Lanzo, pero solo consigo que se desvíe.
—¡Mierda! —gruño.
Lucas mira hacia la pista para comprobar el resultado.
—Tienes otra oportunidad todavía —dice, ofreciéndome una dulce sonrisa de misericordia barata.
Vuelvo a esperar a la bola rosa y camino de regreso.
Esta vez consigo tirar cinco bolos. Me quedo unos segundos frente a la línea antes de volver con Lucas.
—Pregunta.
—¿Te gustan las papas con kétchup?
Asiento. Y él echa kétchup a las papas.
―¿Te gustan las papas con mayonesa?
Vuelvo a asentir, y echa un poco.
—¿Te gusta la mostaza?
Esta vez niego con la cabeza, y él suspira mirando las alitas.
―¿BBQ o salsa habanero?
—¿Eso es muy picante?
—Lo más picante del menú.
—Salsa habanero.
—¿Quieres beber directamente de la botella o en un vaso con hielo? —Mira el vaso que está sobre la mesita frente a nosotros. Me encojo de hombros mostrándole que me da lo mismo. Pero sigue en espera de una respuesta así que se la doy.
—En el vaso, supongo.
Vacía el agua en el vaso y se pone de pie yendo por su bola, pero esta vez no toma la azul sino la verde.
—¿No vas a preguntarme nada? —pregunto, sentándome y sonriéndole con coquetería—. Puedes preguntarme por fetiches y esas cosas…
—Acabo de hacerte cinco preguntas.
Oh.
Camina hasta pararse frente a la línea, me pongo de pie de un salto, y justo cuando él lanza su brazo hacia atrás, le toco el culo. La bola se va en diagonal.
—Uf, estuvo cerca —digo, elevando repetidamente las cejas.
—Eres una pequeña tramposa —me acusa, sin sonar animado, burlón o molesto. Camina de regreso, esta vez elige una bola morada.
—¿Podrías tirarlos todos con los ojos cerrados? —pregunto.
Sonríe sincero, una sonrisa de lado que muestra el hoyuelo del lado izquierdo.
—Podría, supongo. Siempre y cuando sepa a dónde tirar.
—Acomódate y cierra los ojos. Te apuesto a que no puedes.
—De acuerdo.
De píe frente a la línea roja, lleva su brazo hacia atrás y sonríe antes de cerrar los ojos y lanzar. Piso la línea roja. Y un segundo después la bola cae en la pista, rueda y se convierte en una chuza.
Es un puto profesional.
—Parece que pisaste. Tengo diez preguntas.
—Acabas de hacer trampa, mi pie no está en la línea. —Abro los ojos grandes e inocentes.
—¿Yo? Oh…, bueno, tal vez. No he dicho que no fuera a hacer trampa.
Salto hasta el sillón y tomo una alita con crema. Camina hacia mí con su atención en el techo.
—Pregunta.
—¿Eres el mayor de tus hermanos?
—Soy el segundo y solo tengo hermanas.
—¿En serio? ¿Y son tantas como dice Samuel?
A pesar de los años que llevamos conociéndonos, Lucas siempre ha sido reservado, conozco a sus padres y sé que tiene una familia grande porque constantemente recibía burlas al respecto por parte de mi hermano. Pero siempre con números exagerados, o eso creía yo.
Sonríe contra su propio esfuerzo de mantenerse serio.
—Son dos preguntas ahí. Y sí, cinco.
—Cielos. Cinco son… Vaya, si Leonardo tuviera cinco Clares, estaría loco, más aún, quiero decir.
—No puedo negar que no haya algo de locura por culpa de ellas.
Pienso en una manera inteligente para no hacer más preguntas.
—No conozco sus nombres.
—Puedes preguntarlos.
—No.
Me como una papa.
—Karla, María, Natalia, Olivia y Patricia.
—Ka, Ele, Eme, Ene, O y Pe.
—Lo notaste.
—Soy muy observadora. Por ejemplo, has estado jugando con las bolas azules y ahora estás eligiendo colores al azar para lanzar.
Levanta una ceja y se encoge de hombros.
—No importa la bola, sino el jugador.
—Pero antes solo estabas usando la azul —insisto.
—Lo sé.
—Tendrás que decírmelo, aunque no quieras. ¿Por qué usabas antes la bola azul? —pregunto esta vez y luego le saco la lengua—. Y no mientas.
—Porque el azul combina bien con el golden rose—Su respuesta llega sin premuras, lo que me indica que no está mintiendo, además enfoca su vista lejos de mí, me quedo sin lograr formular ninguna pregunta, es como si hubiese un apagón en mi cerebro—. ¿Pedimos la cuenta?
—¿Qué?
Me toma la mano y le da un apretón.
—Tienes razón, Clare. No voy a acostarme contigo por una apuesta. Así que me retiro, aunque ha sido divertido jugar.
—Pero… ¿por qué?
Sus ojos oscuros se ven apagados sin su brillo usual, su pulgar quita un poco de crema de la alita de la comisura de mi labio antes de que responda.
—Porque sí.
—Eso no es una respuesta. Todavía tengo seis preguntas. ¿Por qué te retiras tan pronto?
—Porque no quiero que la razón por la que te acuestes conmigo sea por ganar una apuesta. —Se encoge de hombros y me coloca un mechón tras la oreja. Haberme cortado el cabello por encima de los hombros será una ventaja si voy a tener a Lucas acomodándolo tras mi oreja a cada rato, pero solo es un problema si no ha pasado ni media hora y ya se ha terminado la cita.
Parpadeo, ¿qué mierda? Le di una posibilidad para dormir conmigo y decide solo lanzarse en picada al mar antes que seguir con el plan.
—¿Y si añadimos una cláusula? —propongo.
Entorna los ojos.
—¿Qué tipo de cláusula?
—Tenemos tres citas, y solo si son buenas dos, lo hacemos, siempre y cuando ambos sintamos atracción sexual y deseo por el otro. Y, si no, pues serán tres salidas sin más. ¿Cuál es el problema?
Me mira fijamente y yo lo imito con seguridad, venga, no puede jugar conmigo y luego solo decirme que no está interesado en mí. No voy a permitirlo.
—Con una condición. —Levanto la ceja esperando sus palabras—. No puedes hablarme como a ellos.
—¿No puedo ponerte apodos? —bromeo.
—No, no puedes menospreciarme para alejarme de ti. Ese afán de estar a la defensiva todo el tiempo y tirando insultos. No puedes hablarme de ese modo.
—Yo solo uso palabrotas.
—No me refiero a palabras malsonantes y lo sabes. Me gustas, Clare, pero no más de lo que me gusto yo mismo, así que, si tengo que elegir entre tú y yo, voy a elegirme a mí. Si vuelves a decir algo como «Estas soltero a tu edad porque blablablá» —dice imitando horrible y agudamente mi voz; trago saliva—, me iré.
—Suena justo.
—Bien.
—Aún me quedan cuatro preguntas.
—Te quedan dos. Preguntaste por las cláusulas y preguntaste si podías ponerme un apodo.
—Eso no cuenta.
—Todas las preguntas cuentan.
Y, como creo que vendría bien aligerar el ambiente, decido preguntar:
—¿Sueñas conmigo?
Su respuesta llega igual de fácil que cuando respondió por el color azul de su bola.
—¿Con quién iba a soñar si no fuera contigo?
Maldito tramposo.

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