Angélica L. Cota
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Una luz azul surge del cilindro como un rayo antes de volverse parpadeante y lentamente crear una imagen tridimensional. La araña apenas extiende una de sus extremidades superiores para apagar el holograma y terminar la grabación con la intención de continuar con sus labores cuando una voz masculina proveniente de la luz lo interrumpe.
—Te ordeno que no puedes desechar este objeto, reasigno tu orden anterior a esta: proteger el cilindro y a su contenido. Por la ley de la Constitución de los Artificiales 303: La conciencia humana debe ser preservada a toda costa. Mi nombre es Diego Cintres y, si no me equivoco, debo ser el primero en haber conseguido una transfusión de conciencia a una versión holográfica de mí. Por lo tanto, declaro esto una extensión de mi persona.
La luz deja de parpadear volviendo clara la imagen del portavoz. En una escala de apenas un metro el hombre está de pie de cuerpo completo frente al robotoide. La araña estira nuevamente su extremidad otro centímetro hacia el cilindro.
—¡Que te detengas! —grita el hombre nuevamente, consciente de la presencia que tiene frente a sí. La araña se detiene. Sus sensores evalúan la imagen. Nunca tuvo contacto humano, pero está programado para identificar a uno. No percibe temperatura excepto el calor que el cilindro genera. No detecta ritmo cardiaco, frecuencia cerebral ni puede tomar una radiografía del hombre—. Mi conciencia, mis recuerdos y todo lo que me convertía en mí está en este cilindro, por lo tanto dañar al contenedor sería infringir contra la ley primera de la Constitución de los Artificiales.