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Una hilera de hormigas bicolor caminan de regreso a su hormigueros, avanzan en orden desde donde horas antes quedaban los restos de un roedor, los que van atrás se guían por la fila, los que avanzan por delante persiguen los últimos rayos de sol para volver a su hormiguero que se encuentra a unos metros entre la arena de las dunas. 

La belleza de este animal diminuto es que su única preocupación es ser obrero de una reina. Ignoran que su monarquía está infravalorada para el resto de las especies, que su existencia podría terminarse de repente y sin aviso, ignoran que viven donde ahora solo crecen los matorrales. Ni se imaginan que a su alrededor caminaron gigantes, que la supervivencia de ellas estuvo en el azar del humor de los humanos que se encontraron cerca. 

Algunos decidían dar un paso más largo para no pisarlas, otros directamente las aplastaban, hubo quienes jugaron a volverlas cenizas con vidrios y rayos de sol, fueron observadas con atención, admiradas por llevar sobre sus cuerpos migajas más pesadas que ellas y menospreciadas por ser indefensas. Ignoran todo eso y siguen con sus vidas rutinarias. Lo único que las hormigas saben es que deben seguir una orden: alimentar al resto. Para eso salen todos los días.

Hormiga del desierto del Sahara (Cataglyphis bicolor)

Este dato y toda la información que podría requerir la adquiere el monstruo de metal sin solicitarla, de manera automática llega a él los datos desde su infinita fuente de conocimiento que recibe desde su Unidad Central, interconectada a su vez a la Gran Central de Información. Ahora sabe que esa línea recta de hormigas persiguen el ángulo del sol guiadas como si fuese una brújula, dentro de sus cuerpos tienen un sistema que cuenta sus pasos y que facilita que vuelvan al hormiguero, al tiempo que su memoria va creando un mapa mental de su ubicación.

Esta hormiga menospreciada por los humanos, se convirtió en la inspiración de los robots para diseñar y fabricar los robotoides exploradores, del mismo modo que las arañas lo fueron y a su vez sirvieron para el prototipo del robotoide de recolección. 

Una sombra se crea sobre la hilera de hormigas cuando el robotoide avanza sin pisarlas. Se mueve con sus ocho extremidades inferiores, cuatro a cada lado en perfecta sincronía. Recorre la construcción en ruinas en busca del espacio necesario para llevar a cabo la tarea. 

Avanza sabiendo exactamente dónde encontrará el espacio que requiere, para eso sirven los escáneres y sonares que le integraron.

Cada movimiento lleva consigo una serie de comandos y algoritmos como lo harían las neuronas de un cerebro humano.

Lo que sí hace es cumplir ordenes. La última y primera orden que recibió fue en su configuración. Pero sin importar las generaciones que han transcurrido desde que se activó su batería, las cuatro leyes siguen rigiendo su existencia. 

Una de sus pinzas sujeta el cilindro, las otras se mueven entre el escombro, salteando las ruinas de lo que alguna vez hace tanto fue una modernísima construcción. Levanta con dos de sus extremidades inferiores la puerta que está atravesada en el marco, la empuja y deja a un lado sin dificultad. Sigue avanzando. Cuando llega al largo salón, el escáner detecta al halcón que se apresura a buscar un nuevo espacio vacío y silencioso. Encima de la Fuente hay un techo abierto que alguna vez tuvo un cristal resistente. Ahora solo queda un agujero en lugar de un techo de cristal, y de la escultura lo único que queda es una pierna. 

La araña recibe la información del lugar con ese simple objeto de granito que queda. Fuente de Atlas. Arquitecto Gill M. Z, 2184. 

Escanea el sitio, cumple con los requisitos. Excepto uno: la oscuridad. La araña usa su pinza, la nanotecnología modifica los bordes de esta hasta volverla afilada como un cincel, golpea cuidadosa y repetidamente la superficie de la pierna hasta que parece lo suficientemente plana para dejar el cilindro de acero sobre esta.

El cielo afuera ha cambiado sus colores lilas a rojizos hasta que el brillo del sol se pierde dando paso a la noche segundo a segundo. El robot espera y en el mismo momento en que la oscuridad de la noche vence al día, presiona el cilindro dos veces desde el filo superior.

Una luz roja escanea la habitación y después una parpadeante luz azul surje del cilindro, seguida de una voz mecánica.

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